25/3/17
24/3/17
23/3/17
Crema de Amaretto al microondas - Recetas para microondas
Crema de Amaretto al microondas
Ingredientes para preparar crema de Amaretto
5 huevos
4 cdas de Amaretto
2 tzas de leche
1 vaina de vainilla
150 g de azúcar moreno
3 cdas de azúcar
Cómo Preparar crema de Amaretto
Repartir el azúcar en 4 cuencos individuales de porcelana humedecer con 1 cucharada de Amaretto el azúcar de cada cuenco y caramelizar durante 5 minutos en el microondas a media potencia girando una vez los cuencos para que el azúcar se caramelice de modo uniforme, tener mucho cuidado de no quemaros con el caramelo.
Distribuir el caramelo por las paredes de los cuencos. Calentar la leche con la vainilla durante 3 minutos y una vez listo quitar la vaina de vainilla.
Batir los huevos con el azúcar moreno y echar, poco a poco en la leche y mezclar enérgicamente cocer 7 minutos a media potencia
Dejar enfriar, desmoldar en platitos y servir bien frio.
Porciones / número de personas: 4
Dificultad: fácil
Tiempo de cocción: 15 min
22/3/17
“Llagas de amor” – Federico García Lorca
Llagas de amor
Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.
Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lubrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacran que por mi pecho mora.
Son guirnaldas de amor, cama de herido,
donde sin sueno, sueno tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.
Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazon valle tendido
con cicuta y pasion de amarga ciencia
-Federico García Lorca-
Esta luz, este fuego que devora.
Este paisaje gris que me rodea.
Este dolor por una sola idea.
Esta angustia de cielo, mundo y hora.
Este llanto de sangre que decora
lira sin pulso ya, lubrica tea.
Este peso del mar que me golpea.
Este alacran que por mi pecho mora.
Son guirnaldas de amor, cama de herido,
donde sin sueno, sueno tu presencia
entre las ruinas de mi pecho hundido.
Y aunque busco la cumbre de prudencia
me da tu corazon valle tendido
con cicuta y pasion de amarga ciencia
-Federico García Lorca-
21/3/17
20/3/17
19/3/17
Curiosidades y Trivialidades [19-3-17]
Curiosidades y Trivialidades
- John Wilkes Booth le disparo a Lincoln en un teatro y fue hallado en un almacen. Lee Harvey Oswald le disparo a Kennedy desde un almacen y fue encontrado en un teatro
- Se necesitan 14 minutos para hacer un huevo duro de avestruz
- Hay 2,598,960 combinaciones posibles de 5 cartas en un mazo de 52 cartas
- Hay 1,929,770,160,028,800 diferentes combinaciones de color posibles en un cubo de Rubik
- Si se pone una ciruela pasa en vaso con champagne espumoso, flotara y se hundira continuamente
"La úlima perla" - Hans Christian Andersen
La úlima perla
Hans Christian Andersen
Había una vez una casa muy rica, una casa feliz y dichosa; todos, los señores, los criados y hasta incluso los amigos eran dichosos y alegres, pues acababa de nacer un heredero, un hijo, y tanto la madre como el niño estaban perfectamente.
Se había velado la luz de la lámpara que iluminaba el recogido dormitorio, ante cuyas ventanas colgaban pesadas cortinas de preciosas sedas. La alfombra era gruesa y mullida como musgo; todo invitaba al sueño, al reposo, y a esta tentación cedió también la enfermera, y se quedó dormida; bien podía hacerlo, pues todo andaba bien y felizmente. El espíritu protector de la casa estaba a la cabecera de la cama; se diría que sobre el niño, reclinado en el pecho de la madre, se extendía una red de rutilantes estrellas, cada una de las cuales era una perla de la felicidad. Todas las hadas buenas de la vida habían aportado sus dones al recién nacido; brillaban allí la salud, la riqueza, la dicha y el amor; en suma, todo cuanto el hombre puede desear en la Tierra.
-Todo lo han traído -dijo el espíritu protector.
-¡No! –se oyó una voz cercana, la del ángel custodio del niño-. Hay un hada que no ha traído aún su don, pero vendrá, lo traerá algún día, aunque sea de aquí a muchos años. Falta aún la última perla.
-¿Falta? Aquí no puede faltar nada, y si fuese así hay que ir en busca del hada poderosa. ¡Vamos a buscarla!
-¡Vendrá, vendrá! Hace falta su perla para completar la corona.
-¿Dónde vive? ¿Dónde está su morada? Dímelo, iré a buscar la perla.
-Tú lo quieres -dijo el ángel bueno del niño-, yo te guiaré dondequiera que sea. No tiene residencia fija, lo mismo va al palacio del Emperador como a la cabaña del más pobre campesino; no pasa junto a nadie sin dejar huella; a todos les aporta su dádiva, a unos un mundo, a otros un juguete. Habrá de venir también para este niño. ¿Piensas tú que no todos los momentos son iguales? Pues bien, iremos a buscar la perla, la última de este tesoro.
Y, cogidos de la mano, se echaron a volar hacia el lugar donde a la sazón residía el hada.
Era una casa muy grande, con oscuros corredores, cuartos vacíos y singularmente silenciosa; una serie de ventanas abiertas dejaban entrar el aire frío, cuya corriente hacía ondear las largas cortinas blancas.
En el centro de la habitación se veía un ataúd abierto, con el cadáver de una mujer joven aún. Lo rodeaban gran cantidad de preciosas y frescas rosas, de tal modo que sólo quedaban visibles las finas manos enlazadas y el rostro transfigurado por la muerte, en el que se expresaba la noble y sublime gravedad de la entrega a Dios.
Junto al féretro estaban, de pie, el marido y los niños, en gran número; el más pequeño, en brazos del padre. Era el último adiós a la madre; el esposo le besó la mano, seca ahora como hoja caída, aquella mano que hasta poco antes había estado laborando con diligencia y amor. Gruesas y amargas lágrimas caían al suelo, pero nadie pronunciaba una palabra; el silencio encerraba allí todo un mundo de dolor. Callados y sollozando, salieron de la habitación.
Ardía un cirio, la llama vacilaba al viento, envolviendo el rojo y alto pabilo. Entraron hombres extraños, que colocaron la tapa del féretro y la sujetaron con clavos; los martillazos resonaron por las habitaciones y pasillos de la casa, y más fuertemente aún en los corazones sangrantes.
-¿Adónde me llevas? -preguntó el espíritu protector-. Aquí no mora ningún hada cuyas perlas formen parte de los dones mejores de la vida.
-Pues aquí es donde está, ahora, en este momento solemne -replicó el ángel custodio, señalando un rincón del aposento; y allí, en el lugar donde en vida la madre se sentara entre flores y estampas, desde el cual, como hada bienhechora del hogar había acogido amorosa al marido, a los hijos y a los amigos, y desde donde, cual un rayo de sol, había esparcido la alegría por toda la casa, como el eje y el corazón de la familia, en aquel rincón había ahora una mujer extraña, vestida con un largo y amplio ropaje: era la Aflicción, señora y madre ahora en el puesto de la muerta. Una lágrima ardiente rodó por su seno y se transformó en una perla, que brillaba con todos los colores del arco iris. La recogió el ángel, y entonces, adquirió el brillo de una estrella de siete matices.
-La perla de la aflicción, la última, que no puede faltar. Realza el brillo y el poder de las otras. ¿Ves el resplandor del arco iris, que une la tierra con el cielo? Con cada una de las personas queridas que nos preceden en la muerte, tenemos en el cielo un ser querido más con quien deseamos reunirnos. A través de la noche terrena miramos las estrellas, la última perfección. Contémplala, la perla de la aflicción; en ella están las alas de Psique, que nos levantarán de aquí.
Fin
Hans Christian Andersen
Había una vez una casa muy rica, una casa feliz y dichosa; todos, los señores, los criados y hasta incluso los amigos eran dichosos y alegres, pues acababa de nacer un heredero, un hijo, y tanto la madre como el niño estaban perfectamente.
Se había velado la luz de la lámpara que iluminaba el recogido dormitorio, ante cuyas ventanas colgaban pesadas cortinas de preciosas sedas. La alfombra era gruesa y mullida como musgo; todo invitaba al sueño, al reposo, y a esta tentación cedió también la enfermera, y se quedó dormida; bien podía hacerlo, pues todo andaba bien y felizmente. El espíritu protector de la casa estaba a la cabecera de la cama; se diría que sobre el niño, reclinado en el pecho de la madre, se extendía una red de rutilantes estrellas, cada una de las cuales era una perla de la felicidad. Todas las hadas buenas de la vida habían aportado sus dones al recién nacido; brillaban allí la salud, la riqueza, la dicha y el amor; en suma, todo cuanto el hombre puede desear en la Tierra.
-Todo lo han traído -dijo el espíritu protector.
-¡No! –se oyó una voz cercana, la del ángel custodio del niño-. Hay un hada que no ha traído aún su don, pero vendrá, lo traerá algún día, aunque sea de aquí a muchos años. Falta aún la última perla.
-¿Falta? Aquí no puede faltar nada, y si fuese así hay que ir en busca del hada poderosa. ¡Vamos a buscarla!
-¡Vendrá, vendrá! Hace falta su perla para completar la corona.
-¿Dónde vive? ¿Dónde está su morada? Dímelo, iré a buscar la perla.
-Tú lo quieres -dijo el ángel bueno del niño-, yo te guiaré dondequiera que sea. No tiene residencia fija, lo mismo va al palacio del Emperador como a la cabaña del más pobre campesino; no pasa junto a nadie sin dejar huella; a todos les aporta su dádiva, a unos un mundo, a otros un juguete. Habrá de venir también para este niño. ¿Piensas tú que no todos los momentos son iguales? Pues bien, iremos a buscar la perla, la última de este tesoro.
Y, cogidos de la mano, se echaron a volar hacia el lugar donde a la sazón residía el hada.
Era una casa muy grande, con oscuros corredores, cuartos vacíos y singularmente silenciosa; una serie de ventanas abiertas dejaban entrar el aire frío, cuya corriente hacía ondear las largas cortinas blancas.
En el centro de la habitación se veía un ataúd abierto, con el cadáver de una mujer joven aún. Lo rodeaban gran cantidad de preciosas y frescas rosas, de tal modo que sólo quedaban visibles las finas manos enlazadas y el rostro transfigurado por la muerte, en el que se expresaba la noble y sublime gravedad de la entrega a Dios.
Junto al féretro estaban, de pie, el marido y los niños, en gran número; el más pequeño, en brazos del padre. Era el último adiós a la madre; el esposo le besó la mano, seca ahora como hoja caída, aquella mano que hasta poco antes había estado laborando con diligencia y amor. Gruesas y amargas lágrimas caían al suelo, pero nadie pronunciaba una palabra; el silencio encerraba allí todo un mundo de dolor. Callados y sollozando, salieron de la habitación.
Ardía un cirio, la llama vacilaba al viento, envolviendo el rojo y alto pabilo. Entraron hombres extraños, que colocaron la tapa del féretro y la sujetaron con clavos; los martillazos resonaron por las habitaciones y pasillos de la casa, y más fuertemente aún en los corazones sangrantes.
-¿Adónde me llevas? -preguntó el espíritu protector-. Aquí no mora ningún hada cuyas perlas formen parte de los dones mejores de la vida.
-Pues aquí es donde está, ahora, en este momento solemne -replicó el ángel custodio, señalando un rincón del aposento; y allí, en el lugar donde en vida la madre se sentara entre flores y estampas, desde el cual, como hada bienhechora del hogar había acogido amorosa al marido, a los hijos y a los amigos, y desde donde, cual un rayo de sol, había esparcido la alegría por toda la casa, como el eje y el corazón de la familia, en aquel rincón había ahora una mujer extraña, vestida con un largo y amplio ropaje: era la Aflicción, señora y madre ahora en el puesto de la muerta. Una lágrima ardiente rodó por su seno y se transformó en una perla, que brillaba con todos los colores del arco iris. La recogió el ángel, y entonces, adquirió el brillo de una estrella de siete matices.
-La perla de la aflicción, la última, que no puede faltar. Realza el brillo y el poder de las otras. ¿Ves el resplandor del arco iris, que une la tierra con el cielo? Con cada una de las personas queridas que nos preceden en la muerte, tenemos en el cielo un ser querido más con quien deseamos reunirnos. A través de la noche terrena miramos las estrellas, la última perfección. Contémplala, la perla de la aflicción; en ella están las alas de Psique, que nos levantarán de aquí.
Fin
Citas y Frases sobre el Amor [19-3-17]
Citas y Frases sobre el Amor
Si no te quieren como tú quieres que te quieran, ¿Qué importan que te quieran?
Amar es pactar con el dolor
Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos
Si no te quieren como tú quieres que te quieran, ¿Qué importan que te quieran?
- Amado Nervo
Amar es pactar con el dolor
- Mademoiselle de L'Espinasse
Temer al amor es temer a la vida, y los que temen a la vida ya están medio muertos
- Bertrand Russell
Citas para el Alma [19-3-17]
Citas para el Alma
Sé tú mismo, e intenta ser feliz, pero ante todo sé tú mismo
La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito
Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos
Sé tú mismo, e intenta ser feliz, pero ante todo sé tú mismo
- Charles Chaplin
La confianza en sí mismo es el primer secreto del éxito
- Ralph Waldo Emerson
Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos
- Mohandas Gandhi
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